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Seamos honestos: nadie es perfecto, y si alguien lo fuese, lo odiaríamos instantáneamente. ¿A ti no te sacan de quicio las personas que constantemente aparentan ser perfectas? A mí sí, un montón.
El perfeccionismo sea relacionado con las apariencias, el conocimiento o las habilidades, es poco atractivo.
Y la envidia no es necesariamente la causa de dicha sensación. De hecho, sabemos que cuando algo –o alguien – parece muy bueno para ser verdad es que, muy probablemente, no lo es. Si alguien constantemente trata de aparentar una imagen impecable en todo momento, quiere decir que algo dentro no va muy bien.
La perfección no es algo natural y en los pocos casos en que algo parece totalmente perfecto, o estamos siendo manipulados o nos estamos dejando llevar por nuestras emociones.
En realidad, la falta de perfección es algo bueno. Cuando por fin nos damos cuenta de que no hay cosas hechas perfectamente, nos liberamos de esa presión. Ya será decisión de los demás si nuestros pequeños fallos son encantadores o imperdonables dependiendo de cada situación.
Como ejemplo, hablemos del Efecto Pratfall – este fue descubierto en 1966 por el psicólogo social Elliot Aronson, quien realizaba estudios sobre la simpatía en la Universidad de Minnesota. El psicólogo encontró que las personas simpatizan más con aquellos individuos que se muestran competentes, siempre y cuando, también cometan errores, los admitan, y continúen. Para realizar el experimento, Aronson midió la simpatía de dos personas que competían en un juego de preguntas y respuestas. Un participante no era muy competente y contestó bien el 30% de las preguntas; el otro, respondió correctamente el 92%. Las personas simpatizaban mucho más con la figura más competente. Pero si dicha persona (como parte del experimento) derramaba su taza de café… Su nivel de simpatía crecía mucho más. ¡La gente le amaba!
¿Por qué?
En mi opinión, esto ocurre porque es más fácil identificarnos con el ganador cuando éste muestra que también tiene defectos. De esta manera, le reconocemos como uno de nosotros, ya que todos tenemos nuestros “momentos Pratfall”.
La competencia es la base del éxito. Sin ella, no llegaríamos muy lejos. Pero una vez que establecemos nuestras habilidades, los errores que cometamos, nos hacen parecer más humanos, más simpáticos, más reales. Confía en mí, nuestras imperfecciones funcionan a nuestro favor: cuando hemos probado que somos capaces de realizar alguna actividad y no tratamos de esconder tales imperfecciones, éstas serán aceptadas con una sonrisa. No tenemos que ser perfectos ni siquiera en las cosas que nos salen muy bien. Si somos capaces de aceptar observaciones y críticas constructivas, aquello que parecía tan inconveniente, es lo que nos hará invencibles.
Por ejemplo, yo ni siquiera pensaría en publicar un texto sin revisarlo y corregirlo. Debido a mi leve dislexia, me es prácticamente imposible escribir sin errores ortográficos. De hecho, la puntuación y otras reglas gramaticales son un misterio para mí. Es un milagro que fuera capaz de aprender un segundo idioma; y aun así, aprendí un tercero, en el cual defendí mi tesis doctoral. Ahora escribo en mi blog en tres idiomas con ayuda de dos programas de verificación ortográfica y de mi amiga y colega, Carolina Díaz. Todavía se me dificulta escribir, pero no dejaré que eso me impida realizar mis sueños.
No hubiera podido ser escritora si me diera miedo practicar los idiomas que hablo. No hubiera logrado tener mi doctorado en psicoanálisis si hubiera querido aprender todo sobre la mente humana… ¡Qué tema más amplio!
Nadie lo sabe todo, ni siquiera dentro de su misma especialidad. Simplemente tenemos que hacer lo que hacemos bien y aprender todo lo que podamos en el camino.
Recuerda que puedes ser crítico contigo mismo, pero no puedes darte por vencido.
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